La falsa conciencia

Foto: Caricatura de Moro

No hay espectáculo más triste que el pobre defendiendo el derecho del rico a perpetuar su pobreza

Autor: Ernesto Estévez Rams | internet@granma.cu

24 de octubre de 2022 23:10:21

El programa de televisión británico This Morning ha decidido incorporar, como premio a uno de los juegos de participación que en él acontece, el pago de la electricidad por cuatro meses. El tema es que la crisis económica, agudizada por el conflicto en Europa, ha disparado los precios de la factura eléctrica de manera exorbitante.

Un británico caracterizó la decisión del programa como una distopía digna de la serie Black Mirror.

La trivialización de la situación social no la inventó This Morning, es un fenómeno mediático que anda ya por varias décadas. La búsqueda de la solución a los problemas sociales dejó de ser, en el imaginario que se impone de manera abrumadora, una búsqueda colectiva. Se reduce, por el contrario, a lo individual, cuando el ganador de alguna lotería, ya sea real o metafórica, es presentado como el héroe de nuestros días.

La construcción ideológica que le sirve de base es que el egoísmo es la principal característica humana que vale la pena que sea defendida. Se presenta, además, como el orden natural de las cosas.

Lo del orden natural de las cosas resulta curioso. Los filósofos de la ilustración atacaron la idea de que los reyes y la corte de nobles eran imprescindibles en el orden social por razones divinas, con la noción de la preeminencia de un hombre natural cuya realización debía ser el objetivo de la sociedad.

Lo cierto es –algo de lo que deben tomar notas los que hablan de la existencia de la explotación burguesa como algo natural e inherente a la sociedad humana– que un día las cabezas de los reyes fueron cortadas por una burguesía revolucionaria, a pesar de que la institución de la realeza había durado desde que el ser humano entró en la edad de bronce. Es decir, la mayor parte del devenir histórico de la sociedad.

La burguesía, esa clase entonces revolucionaria, se propuso echar abajo los modos de dominación que se habían erigido por centurias, para simplificar las formas de explotación, dejándolas ver en toda su desnudez económica, sin atavíos artificiales.

En el empeño, no se permitieron que las construcciones ideológicas de la nobleza se interpusieran como muro a sus aspiraciones. Los filósofos de lo nuevo por conquistar destrozaron, racionalmente, la idea de que la nobleza parásita era imprescindible para la prosperidad y el orden en la sociedad. Y lo hicieron, a pesar de que, como institución, el rey era la más antigua y establecida forma de poder político.

Todo sistema social crea la hegemonía ideológica que sustenta a la clase que detenta el poder. En ese sentido, se justifica a sí misma como necesaria, imprescindible, que sin ella la prosperidad es imposible y el mundo sería un caos.

Para justificarse, eterniza la parte de su historia de cuando era fuerza de renovación, es decir, fuerza revolucionaria. Mientras vende el pasado glorioso como escenografía  perenne, pretende desviar la mirada de la distopía global que ha creado, y que ya es incapaz de superar.

En ese edificio totalitario que ha erigido en el campo de las ideas, echa mano a los conceptos, ciertamente revolucionarios, que alguna vez creó, y los vende como verdades inamovibles de su sistema. Libertad, igualdad y fraternidad fueron ideas que, como terremoto, subvirtieron las ideas preponderantes del sistema feudal, pero como todo sistema ideológico, su contenido es clasista.

Los burgueses triunfantes no se referían, en la práctica, a la misma libertad, la misma fraternidad y la misma igualdad que los proletarios que los sostenían. Solo por necesidad, la ambigüedad de los poderosos pretende incluir en sus ideas a todos, en pie de igualdad, cuando en la práctica excluye a la mayoría. Su discurso es inclusivo, la realidad que imponen, no.

Para que el engaño funcione, necesitan varios elementos. Hacen ver que sus intereses son los de toda la sociedad y, en consecuencia, que atentar contra ellos es hacerlo contra todos. Crean una falsa conciencia, para que proporciones masivas de la sociedad le defiendan el derecho a la explotación, sin percatarse de su condición de explotado. No hay espectáculo más triste que el pobre defendiendo el derecho del rico a perpetuar su pobreza.

En definitiva, los ricos siempre han existido, nos dicen resignados. Pero no basta con ello. Si algo nuevo trajo la burguesía al menú de cómo mantener a la mayoría sojuzgada –y este quizá es el más perverso de sus descubrimientos–, es mantenerle latente al pobre la ilusión de que él pueda dejar de ser explotado para convertirse en explotador. La ideología burguesa hace del sojuzgado un cómplice de su propia explotación.

De ambas ideas, la necesidad de que el rico exista para que la sociedad funcione, y la posibilidad individual de aspirar a ser explotador y no explotado, nace el agente ideológico utilísimo, que propugna y defiende la idea de la conciliación de clases; usualmente salido de ese conjunto que ahora se ha dado en llamar clase media, y que siente que ya ha recorrido un camino importante para dejar de ser de los de abajo y alcanzar a los de arriba –pero más importante aún, que se convence de que está en condición privilegiada para lograr el anhelo de su egoísmo–: ¿por qué derrotar al sistema en el que se hallan a punto de coronar sus sueños de volverse ricos?

Si alguien tiene duda de la efectividad de toda esta construcción ideológica, que lo vea en su despliegue más explícito, en los resultados del reciente plebiscito constitucional en Chile.

Si alguien cree que esta historia nos es ajena, que no se engañe. Detrás de los discursos de algunos ideólogos solapados del regreso al capitalismo (¿bueno?), está la aspiración inconfesada de que, consumada la reconversión, ellos quedarán, o bien como burgueses, o bien formando parte de esa clase media que aspira a otra cosa.

Son los portavoces y los ideólogos de aquellos que sienten que la Revolución ya les dio todo lo que necesitaban: salud, entorno de seguridad, educación hasta lo universitario, y, en consecuencia, la ascendente movilidad social posible dentro de sus marcos, y, entonces, hoy aspiran a más, no importa que ese más egoísta solo sea posible destruyendo el sistema social que hizo posible su existencia.

Los que hoy quieren presentar como defecto el carácter totalizador de la Revolución, escamoteando la realidad de que todo sistema socioeconómico totaliza, me recuerdan demasiado, en sus diatribas acusatorias contra los que acusan de defensores del extremo, al coetáneo de Martí, José Ignacio Rodríguez.

Traído a mi vista por una lectura de Retamar, Rodríguez criticaba al Apóstol porque «declaraba rebelde al que manifestaba una opinión distinta de las que por él se defendían (…) y a todos y de todos modos, en cuanto estaba a su alcance, les predicaba el odio a España, el odio a los cubanos autonomistas (…), el odio al hombre rico, cultivado y conservador, (…) y el odio a los Estados Unidos de América, a quienes acusaba de egoístas, y a quienes miraba como el tipo de una raza insolente, con quien la que dominaba en los demás países de la América continental, tenía que luchar sin descanso».

He aquí que el anexionista Rodríguez nos trae la visión que los ideólogos perennes de la contrarrevolución tenían de Martí y de su programa: absoluto, irreductible, totalizador, radical, antimperialista. Y en esa referencia al combate al autonomismo, el Martí de un extremo, irreconciliable con centro alguno que mediatizara la independencia absoluta de la Patria y la conquista de la justicia vista como la realización plena de los humildes.

Lo que se niegan algunos a decir en voz alta, ya sea por desconocimiento o por no atreverse, es que su propia existencia individual como resultado social, se la deben a esa misma radicalidad histórica que hoy pretenden señalar como deformación que pudo ser evitable.

Le niegan a la Revolución su condición de partera de nuevas realidades de emancipación, una vez que ya han sido gracias a ellas: después de mí, el diluvio.

Así cualquiera se estrena de campeón de la moderación o de rescatador de una pretendida república de conciliaciones. Como si esas alternativas, de haber sido, hubieran tenido el más mínimo chance de darles luz.

Dejen de vendernos humo. La Cuba de todos es la Cuba de los humildes, la Cuba de los humildes es la Cuba que, en Revolución, construye el socialismo.

Fuente: https://www.granma.cu/pensamiento/2022-10-24/la-falsa-conciencia-24-10-2022-23-10-21

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